Tuesday, August 01, 2006

La cena de los idiotas

Llevo una temporada muy blandito y mansurrón, no sólo desde que tengo novia, y ya no son esos tiempos memorables en que si me hubiera mordido la lengua me habría envenenado. Pero hay cosas cotidianas que hacen salir a Don Carbunco de su ostracismo. Recientemente sucedió una de ellas. Me hallaba tomando una caña en una terraza del casco histórico de Huelva el pasado viernes, serían las nueve de una calurosa tarde. Dado el desvergonzado precio de 200 puñeteros gramos de las puñeteras gambitas de Huelva, que hay que ver, por esos 30 eurazos en O Grove te zampas una mariscada para dos, decía, sólo nos sentamos en el sitio para refrescarnos. Sin embargo, aún tuve tiempo para castigarme observando a los comensalesde la mesa de al lado. Un matrimonio de mediana edad, acompañado por dos hombres un poco mayores, cenaban con apariencia de normalidad. Digo apariencia, porque no tardé en notar que habían pedido una botella de Ribera del Duero, un Protos de Reserva, lo cual, aunque es un vino muy bueno y que disfruto, no parece lo más apropiado para una terraza a 30º C. La mujer, que temo fue la que tuvo el capricho, pareció darse cuenta de ello mientras uno de los acompañantes disfrutaba de su cañita fresquita. Me temí lo peor cuando el camarero les trajo una jarra de cubitos de hielo, y la señora confirmó mis temores: ni corta ni perezosa se echó tres o cuatro en su copa. Admás, para completar el atentado, y no conforme con desgraciar su vino, se los echó también al marido, que feliz y complaciente como un rumiante, aprobó el invento. Realmente ya me debatía entre pedir un ración de secreto ibérico y comérmela con ketchup, o plantarle la jarra de hielos en la cabeza a la buena mujer, cuando sucedió lo impensable, incluso en un caso así: el camarero, impávido, trajo un botellín de 7up que el marido mezcló - sí, sí - con placer e impunidad con su Ribera del Duero de 5.000 pelas la botella. Se explicaba así que el tipo estuviera casado con una imbécil, pues él mismo demostraba arrastar serias taras mentales. En esos momentos odiaba a esos dos idiotas como si fueran mis enemigos del alma, y creo que no era efecto de la cerveza, sino la ira ante la estupidez humana que lleva a desperdiciar un vino así, como si fuera Don Simón, para preparar semejante brebaje vomitivo (¡Seven Up con tinto!) a medio camino entre el calimotxo de los colgados de Malasaña y el rebujito de las ferias andaluzas. La furia empezaba a soltarme la lengua, así que hubimos de abandonar aquella bambochada. Desde aquí, SOIS UN PAR DE GILIPOLLAS, Y ESPERO QUE EL CUBATA OS PROVOCARA DIARREAS. He dicho.