Monday, January 31, 2011

Nunca he tenido mucha estima por el estudio memorístico. Quizá sea una de las razones por las que no me había planteado preparar unas oposiones mientras hubo alternativa.

Después de mes y medio metido en harina mi escepticismo se ha vuelto desprecio. No sé cuál sería la mejor forma de valorar la competencia de un candidato a funcionario, tampoco qué sistemas se usan en otros países, pero tengo claro que hay algo profundamente absurdo en los exámenes consistentes en preguntar miles de cifras y centenares de párrafos. No existe ningún argumento lógico que convierta a un almacenador de datos en un buen profesional público. La memorieta es una de las lacras de nuestro sistema de enseñanza: en general ha sido el recurso de toda la vida de quien no es capaz de seguir un razonamiento y ha de recurrir a acumular palabras en el cerebro como se echan capas de residuos en un vertedero. La memorieta es la negación del pensamiento lógico, de cuanto hay de útil y progresivo en nuestra forma de pensar. Anula la imaginación y el razonamiento deductivo: hasta límites increíbles cuando la cantidad de datos que uno debe memorizar aumenta hasta los volúmenes absurdos de nuestra oposiciones. El uso de la memoria no se corresponde con la aplicación ágil y racional de la información que precisa un profesional: es más, son actividades contradictorias. Y aun más cuando lo que se favorece, a través de los exámenes, es la selección de los datos más recónditos y hasta absurdos que los encargados de prepararlos pueden encontrar.

Es por eso triste, muy triste, que la selección de quienes deben defender los intereses públicos no dependa más que de su capacidad para superar un examen basado en estos criterios.

Sunday, January 16, 2011

Anoche salimos a cenar y tal por salir de la odiosa rutina de estudio.

En los restaurantes no había humo arruinando la comida y uno no tenía que esperar mesa durante media hora mientras cuatro imbéciles hablando estupidices acababan de fumar. Para que sean lugares civilizados sólo falta que algunos aprendan a no dar voces continuamente.

Incluso los locales de copas más pequeños, que hasta ahora se convertían en antros tóxicos tras una hora de estancia, eran sitios agradables donde uno podía estar tranquilamente.

Por la mañana la ropa no apesta, no se levanta uno con ojos, nariz y garganta arruinados, ni siente la necesidad de arrancarse el pelo para no seguir soportando la peste tabaquista.

Si a alguien se le ocurre cambiar la Ley del Tabaco yo me echo a las barricadas

Thursday, January 06, 2011

Uno, que no es que esté precisamente contento con el incapaz que tenemos como Presidente del gobierno, tiene que contener las náuseas cuando lee detalles del presunto movimiento cívico de rebeldía que la ultraderecha está montando contra la nueva Ley del Tabaco.

Vale que la gestión del asunto ha sido tan chapucera como es norma en este pobre país, pasando primero por aquella pantomima de la división de zonas en los bares. Vale que ahora se esté favoreciendo desde el Ministerio la creación de una nueva cortina de humo incentivando la discordia entre ciudadanos. Lo que ninguna persona en sus cabales puede discutir es que la prohibición del tabaco en recintos cerrados ha terminado con una situación irracional e injusta que la mayoría de las personas ha estado sufriendo en favor de una minoría maleducada, prepotente e incívica.

Estos presuntos defensores de las libertades que ahora vociferan en favor del derecho a fumar en realidad están defendiendo la vertiente típicamente fascista de aquéllas: la libertad de uno a costa de la de todos los demás. En este conflicto, como en otros, cuando no se puede confiar en que el civismo pemitirá la convivencia debe intervenir el Estado regulando. A ellos, que tienen alergia a lo público estas cosas les suenan todas a estalinismo. Hace unos días se le daba bombo y platillo en estos medios a la negativa a cumplir la Ley por parte de un imbécil que regenta un asador en Marbella. Seguramente buenos puros se fumaron en su restaurante los mafiosos y políticos corruptos que se repartían los fondos municipales durante los años dorados de la España de la comilona y la especulación; sin duda dejarían sus buenos dineros, así que es de imaginar que el buen hombre tenga buen recuerdo asociado a los grandes y humeantes Cohibas. El caso es que a los portavoces libertarios la medida les ha parecido el colmo del civismo y la resistencia individual frente al Estado opresivo. Berrean también, complacidos, los empresarios del sector servicios, que siguen con su falacia de que la medida los va a arruinar. A este paso, falta poco para que alguna comunidad autónoma tenga la brillante idea de declarar patrimonio cultural el apestoso habano de después de las comilonas navideñas. Ignoro si ya existe algún grupo al respecto en Facebook promovido por los chihuahuas dialécticos de Intereconomía. En todo caso, esas comilonas con los amigotes tienen también la tradición de acabar cuando alguno propone ir a un local con luces de colores a rematar la faena, pero es dudoso que Esperanza Aguirre proteja esa costumbre, no sea que se escandalicen las beatas.

Mientras tanto, sobre lo más obvio, lo evidente, lo indiscutible, ni una palabra: sabiendo lo que hace el tabaco con la salud, que los no fumadores tuvieran que exponerse a sus efectos en lugares públicos rozaba lo delictivo. No hace falta ponerse puritano con el tabaco: el que quiera seguir fumando que lo haga, pero sin obligar a los demás estropear sus pulmones. Por no hablar de aquello que no está sujeto a sanción y que a mí particularmente me sacaba de mis casillas: lo desagradable que es y la falta de la más básica urbanidad que entrañaba llenar un recinto de humo de tabaco mientras los demás intentábamos conversar, comer o divertirnos. No entiendo cómo jamás se ha considerado de pésima educación no ya encender un nauseabundo puro en un restaurante mientras los demás seguían comiendo, sino el fumar entre plato y plato para asegurarse de que los compañeros de mesa no pudieran tener un segundo de urbanidad. He tenido que abandonar decenas de veces algunos locales nocturnos y bares porque la atmósfera parecía compuesta de gases lacrimógenos. Algunos días, al despertar después de salir hasta la madrugada, la peste que llevaba impregnada en el cabello hacía que quisiera arrancarme la cabeza; de la ropa mejor no hablar. Todo eso se acabó y por fin se podrá entrar en cualquier cafetería con niños, por fin salir de marcha dejará de equivaler a dejar la ropa para tirarla, por fin las comidas acabarán sin la desagradable interferencia olfativa, quizá algunos antros empiecen a perder ese olor infecto que los ha caracterizado durante eras. Ahora les toca joderse a ellos.