Monday, June 06, 2011

Una oportunidad laboral me ha obligado a buscar piso recientemente en Peligros, una población del cinturón de Granada. Las repetidas experiencias buscando alquiler durante los años de la burbuja inmobiliaria me dejaron muchos recuerdos de despreciables rentistas que acaparaban propiedades compradas en dinero negro para seguir ganando dinero negro, alquileres abusivos, fianzas que rayaban en la usura y auténticas madrigueras que a cualquier persona honrada le habria dado vergüenza mostrar y mucho más pedir dinero por ellas. Evidentemente esa época pasó, pero aún es posible encontrar retazos de aquella locura colectiva, como es el caso de uno de los apartamentos que visité. Se trataba de un bajo de unos 35 m2, en un edificio relativamente nuevo y bien situado, pero angosto, sin más ventana al exterior que a un patio, en un solo ambiente excepto el baño, deprimente por la falta de luz, frío como un frigorífico (y eso que era mediados de mayo) y sin calefacción. Una de esas cosas que uno no se explica no ya cómo se vendía, sino en qué cabeza cabía siquiera diseñarlas. Su propietaria era una pensionista viuda y septuagenaria, que en equipar el cubículo en cuestión tampoco invirtió gran cosa (en la cocina faltaba hasta el extractor de humos) y me contaba que ahora estaba agobiada por la hipoteca y que además tenía a su cargo un hermano minusválido: prueba que en este país todo el mundo pudo ser inversor inmobiliario, vaya. Me pregunto quién sería la lumbrera que le aconsejó a la buena mujer la inversión.