Monday, January 31, 2011

Nunca he tenido mucha estima por el estudio memorístico. Quizá sea una de las razones por las que no me había planteado preparar unas oposiones mientras hubo alternativa.

Después de mes y medio metido en harina mi escepticismo se ha vuelto desprecio. No sé cuál sería la mejor forma de valorar la competencia de un candidato a funcionario, tampoco qué sistemas se usan en otros países, pero tengo claro que hay algo profundamente absurdo en los exámenes consistentes en preguntar miles de cifras y centenares de párrafos. No existe ningún argumento lógico que convierta a un almacenador de datos en un buen profesional público. La memorieta es una de las lacras de nuestro sistema de enseñanza: en general ha sido el recurso de toda la vida de quien no es capaz de seguir un razonamiento y ha de recurrir a acumular palabras en el cerebro como se echan capas de residuos en un vertedero. La memorieta es la negación del pensamiento lógico, de cuanto hay de útil y progresivo en nuestra forma de pensar. Anula la imaginación y el razonamiento deductivo: hasta límites increíbles cuando la cantidad de datos que uno debe memorizar aumenta hasta los volúmenes absurdos de nuestra oposiciones. El uso de la memoria no se corresponde con la aplicación ágil y racional de la información que precisa un profesional: es más, son actividades contradictorias. Y aun más cuando lo que se favorece, a través de los exámenes, es la selección de los datos más recónditos y hasta absurdos que los encargados de prepararlos pueden encontrar.

Es por eso triste, muy triste, que la selección de quienes deben defender los intereses públicos no dependa más que de su capacidad para superar un examen basado en estos criterios.

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