Thursday, January 06, 2011

Uno, que no es que esté precisamente contento con el incapaz que tenemos como Presidente del gobierno, tiene que contener las náuseas cuando lee detalles del presunto movimiento cívico de rebeldía que la ultraderecha está montando contra la nueva Ley del Tabaco.

Vale que la gestión del asunto ha sido tan chapucera como es norma en este pobre país, pasando primero por aquella pantomima de la división de zonas en los bares. Vale que ahora se esté favoreciendo desde el Ministerio la creación de una nueva cortina de humo incentivando la discordia entre ciudadanos. Lo que ninguna persona en sus cabales puede discutir es que la prohibición del tabaco en recintos cerrados ha terminado con una situación irracional e injusta que la mayoría de las personas ha estado sufriendo en favor de una minoría maleducada, prepotente e incívica.

Estos presuntos defensores de las libertades que ahora vociferan en favor del derecho a fumar en realidad están defendiendo la vertiente típicamente fascista de aquéllas: la libertad de uno a costa de la de todos los demás. En este conflicto, como en otros, cuando no se puede confiar en que el civismo pemitirá la convivencia debe intervenir el Estado regulando. A ellos, que tienen alergia a lo público estas cosas les suenan todas a estalinismo. Hace unos días se le daba bombo y platillo en estos medios a la negativa a cumplir la Ley por parte de un imbécil que regenta un asador en Marbella. Seguramente buenos puros se fumaron en su restaurante los mafiosos y políticos corruptos que se repartían los fondos municipales durante los años dorados de la España de la comilona y la especulación; sin duda dejarían sus buenos dineros, así que es de imaginar que el buen hombre tenga buen recuerdo asociado a los grandes y humeantes Cohibas. El caso es que a los portavoces libertarios la medida les ha parecido el colmo del civismo y la resistencia individual frente al Estado opresivo. Berrean también, complacidos, los empresarios del sector servicios, que siguen con su falacia de que la medida los va a arruinar. A este paso, falta poco para que alguna comunidad autónoma tenga la brillante idea de declarar patrimonio cultural el apestoso habano de después de las comilonas navideñas. Ignoro si ya existe algún grupo al respecto en Facebook promovido por los chihuahuas dialécticos de Intereconomía. En todo caso, esas comilonas con los amigotes tienen también la tradición de acabar cuando alguno propone ir a un local con luces de colores a rematar la faena, pero es dudoso que Esperanza Aguirre proteja esa costumbre, no sea que se escandalicen las beatas.

Mientras tanto, sobre lo más obvio, lo evidente, lo indiscutible, ni una palabra: sabiendo lo que hace el tabaco con la salud, que los no fumadores tuvieran que exponerse a sus efectos en lugares públicos rozaba lo delictivo. No hace falta ponerse puritano con el tabaco: el que quiera seguir fumando que lo haga, pero sin obligar a los demás estropear sus pulmones. Por no hablar de aquello que no está sujeto a sanción y que a mí particularmente me sacaba de mis casillas: lo desagradable que es y la falta de la más básica urbanidad que entrañaba llenar un recinto de humo de tabaco mientras los demás intentábamos conversar, comer o divertirnos. No entiendo cómo jamás se ha considerado de pésima educación no ya encender un nauseabundo puro en un restaurante mientras los demás seguían comiendo, sino el fumar entre plato y plato para asegurarse de que los compañeros de mesa no pudieran tener un segundo de urbanidad. He tenido que abandonar decenas de veces algunos locales nocturnos y bares porque la atmósfera parecía compuesta de gases lacrimógenos. Algunos días, al despertar después de salir hasta la madrugada, la peste que llevaba impregnada en el cabello hacía que quisiera arrancarme la cabeza; de la ropa mejor no hablar. Todo eso se acabó y por fin se podrá entrar en cualquier cafetería con niños, por fin salir de marcha dejará de equivaler a dejar la ropa para tirarla, por fin las comidas acabarán sin la desagradable interferencia olfativa, quizá algunos antros empiecen a perder ese olor infecto que los ha caracterizado durante eras. Ahora les toca joderse a ellos.

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